Una vida de luchas, Silvia Ayerbe es muy querida por sus familiares. Foto: GEC.
Una vida de luchas, Silvia Ayerbe es muy querida por sus familiares. Foto: GEC.

Es las 9 de la mañana y mientras la ciudad está sumergida en el ruido y el acelerado ritmo de los tiempos modernos, Silvia Ayerve Bombilla hace una pequeña pausa a su rutina que la cumple fielmente desde hace algunos años. Lleva ya cuatro horas despierta. A las 5 de la mañana se levanta para rezar antes de hacer sus ejercicios matutinos. Sentada en uno de los sillones de su sala, la pequeña mujer alza su mirada y sonríe para responder que el secreto de su longevidad “es llevar una vida activa, comer sano y no buscar problemas”. Los 102 años que lleva a cuestas, han hecho un poco más lento su andar, pero no le pesan tanto para continuar con su vida.

Aunque sus delgadas y arrugadas manos delatan el paso del tiempo, sus recuerdos y su disciplina están intactos, son el retrato de una persona que aprendió a ser fuerte desde niña. Silvia nació en 1923 en el tranquilo y alejado distrito de Caylloma, provincia del mismo nombre, mientras el mundo intentaba levantarse de la Primera Guerra Mundial y en el Perú se guardaba luto por la muerte del mariscal Andrés Avelino Cáceres Dorregary, el brujo de los Andes que lideró la resistencia peruana contra la ocupación chilena en la Guerra del Pacífico.

Silvia fue la menor de ocho hermanos y su llegada al mundo estuvo marcada por la tristeza, su melliza falleció al nacer. “Cuando nacimos, más se preocuparon en atender a la que no sobrevivió”, cuenta con serenidad la pequeña mujer que es una de las más longevas en la ciudad.

Su padre fue Simón Ayerbe Casaperalta, un abogado cusqueño que trabajaba como juez de paz en Caylloma y murió cuando ella apenas tenía un año. Una tormenta apagó su vida mientras se dirigía a cumplir una diligencia. Su madre, María Bombilla Calle, quedó viuda con ocho hijos y, con ellos, emigró a Arequipa, donde trabajó en una pensión para sostener a la familia.

Mientras evoca sus recuerdos, la centenaria mujer refiere que la base de una buena vida estuvo en la alimentación. Afirma que comer huevos frescos y tomar leche fresca marcaría su fortaleza con la que pudo enfrentar un camino similar al de su madre, la vida también la golpeó en el amor.

Con su primer compromiso, que no prosperó, tuvo tres hijos. En su segundo matrimonio con Teófilo López, un ebanista de importantes mueblerías de la época, tuvo otros cuatro hijos y nuevamente la adversidad la alcanzó. Perdió al último de sus hijos al nacer y su esposo falleció, dejándola viuda. Silvia no volvió a comprometerse y sola sacó adelante a sus hijos trabajando en la fábrica textil del Huaico, en Uchumayo, vendió ropa, lavando y realizando otros oficios con el objetivo de sostener a los suyos. “Nunca tuve miedo al trabajo”, dice con voz clara, como reafirmando su propio carácter de entrega.

SIEMPRE ACTIVA

Silvia vivió en Socabaya, en Yanahuara, el Cercado y finalmente se asentó en la calle Puno de Miraflores antes de la muerte de su esposo, Esa casa hoy sigue siendo su refugio. Sus hijos la recuerdan como una mujer inagotable, pues trabajaba, cocinaba, lavaba, jugaba con ellos y todavía encontraba tiempo para visitar a sus familiares. “Nunca la vimos derrumbada ni llorando. Aunque sabemos que sufrió mucho, siempre se mantuvo fuerte. Ha sido una guerrera”, cuenta Socorro López, que acompaña a su madre en el día a día.

A su edad, Silvia no ha dejado de relacionarse con los demás. Es socia fundadora y una de las integrantes más antiguas del club de artritis del hospital Honorio Delgado, al que pertenece desde hace 25 años. Incluso después de dos caídas recientes, sigue asistiendo a las reuniones y a sus chequeos médicos. “Para su edad es una mujer muy lucida y fuerte, tiene algunos problemas de audición y presión alta, pero se puede controlar. Su vitalidad es admirable”, sostienen los médicos del Honorio Delgado.

VIDEO RECOMENDADO: