Los pilotos Jano Montoya y Alberto Nina Fernández el pasado 30 de agosto por el alcalde Carlos Reyes de la Municipalidad Provincial de Ica en un evento organizado por el periodista deportivo Luis Broggi. Fue un reencuentro después de 52 años, con sus amigos pilotos, copilotos y periodistas, que llenaron las instalaciones del Restaurante Alta Vista, en el distrito de San Juan Bautista, en Ica. Donde Alberto Nina Fernández ha sido homenajeado junto al corredor Jano Montoya por haber participado en los del año 1973.

Décadas de trayectoria

Un 13 de agosto de 1938, en la ciudad blanca de Arequipa, llegó al mundo Alberto Hipólito Nina Fernández, hijo de Petronila Fernández de Nina y Ceferino Nina Guillén. Fue el tercero de cinco hermanos: Andrés, Rodolfo, Teresa y Salvador.

Desde joven, Alberto aprendió el valor del trabajo y la dedicación. Probó distintos oficios, pero fue la mecánica la que conquistó su corazón. Su curiosidad y perseverancia lo llevaron a estudiar mecánica automotriz, y pronto encontró su lugar en un taller de la av. Guillermo Dansey.

Una de sus anécdotas más queridas habla de su ingenio: sin haber tomado una sola clase de manejo, observaba desde el asiento de un autobús cada movimiento del chofer. Luego, en casa, construyó un timón de madera, tres pedales y una caja de cambios con la que practicaba día y noche. Así, por su propio mérito, aprendió a conducir y, con esfuerzo, adquirió su primer automóvil: un Ford celeste.

Su talento lo llevó a trabajar junto al Sr. Freddy Pendavis, relacionándose con grandes figuras del rally Caminos del Inca como Henry Bradley, “Coco” Corbeto, Luis Alayza, Raúl Orlandini y Jano Montoya, entre otros.

Pero más allá de su vida profesional, Alberto es, sobre todo, un hombre de valores firmes: hogareño, honesto, solidario, recto y cariñoso. Su mayor orgullo no son los autos ni los logros, sino su familia: 6 hijas, 12 nietos y 3 bisnietos que llevan con orgullo su ejemplo.

Hoy, celebramos a Alberto no solo por lo que ha hecho, sino por lo que es: un hombre que ha dejado huella con su esfuerzo, su ejemplo y, sobre todo, su amor incondicional hacia su familia.

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