La noche del martes 28 de octubre en el Estadio San Marcos, miles de almas convergieron para vivir algo más que un concierto: una especie de reencuentro, una comunión cargada de nostalgia, emoción y renovación.
Antes de la 8 p.m. las luces del escenario se encendieron para recibir a Poppy. Su voz, dulce y mecánica a la vez, se movía entre susurros y gritos distorsionados. El público, que en un inicio parecía expectante, terminó entregado a su propuesta.
A medida que los técnicos ajustaban los últimos detalles, la multitud se agitaba. Había camisetas con logos antiguos, pancartas con frases en inglés y español. Todos sabían que estaban a punto de ver algo histórico.
Luego de ocho años de su último concierto en Perú, Linkin Park se presentaba en Lima con esta nueva etapa, sin su emblemático vocalista original, Chester Bennington, pero con una voluntad intacta de conectar, conmover y trascender. Desde el primer acorde, esa tensión emocional se hizo presente: se sentía que cada tema era una conversación pendiente entre la banda y su público.


A lo largo de la velada interpretaron temas como ‘Somewhere I Belong’, ‘Crawling Up From the Bottom’, ‘New Divide’ y ‘The Emptiness Machine’.
En medio del concierto se vivió uno de los instantes más emotivos: Mike Shinoda descendió del escenario para acercarse a Noah, un niño en primera fila que levantaba un cartel de agradecimiento. Le obsequió su gorra, se envolvió con la bandera del Perú a modo de capa y dedicó una amplia sonrisa al público. Fue un momento fugaz, pero lleno de una emoción genuina.
La noche continuó con ‘Creation’, ‘The Catalyst’, ‘Burn It Down’, ‘Waiting for the End’, ‘From the Inside’, ‘Given Up’, ‘Collapse’ y ‘Lost’.
Cuando sonaron los primeros acordes de ‘Numb’, la multitud se desbordó. El coro fue un grito generacional. No importaba si era la primera o la décima vez que cada persona escuchaba esa canción: seguía siendo un reflejo perfecto del desencuentro, la ansiedad y la búsqueda que Linkin Park supo traducir en música como pocos.
‘In the End’ llegó poco después, y fue el momento más alto de la noche. Miles de voces se unieron en una sola, gritando cada verso, cada palabra.



Con una descarga final de energía, Linkin Park cerró su presentación con “Papercut”, “Heavy Is the Crown” y “Bleed It Out”. El público celebró la potencia de la voz de Armstrong, que ofreció un espectáculo vibrante y marcó el inicio de una nueva etapa para la banda, sin dejar atrás la esencia que los ha acompañado por casi tres décadas.
Al salir del recinto, Lima seguía vibrando. Las calles se llenaban de gente que cantaba fragmentos de canciones, de conversaciones emocionadas, de sonrisas cansadas. Había algo liberador en esa sensación compartida: la de haber sido testigos de un regreso que no apelaba solo a la nostalgia, sino al poder de seguir adelante.
Porque aquella noche en San Marcos no se trató de revivir el pasado, sino de reconstruirlo con nuevos aires. Linkin Park no solo volvió a Lima: volvió a recordarnos que la música, cuando es verdadera, no muere. Solo cambia de forma.



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