El Chifa Tití, uno de los referentes más sólidos de la gastronomía peruano-china, atraviesa una etapa histórica. Después de casi siete décadas operando un único local, la familia Chan -herederos de una tradición culinaria Hakka que atraviesa tres generaciones- decidió dar un paso largamente meditado: abrir una nueva sede en La Molina, llevando su cocina tradicional a un público más amplio sin renunciar a la esencia que los define.
Beverly Chan, gerente y miembro de la segunda generación familiar, recuerda que el corazón de Tití está en su origen. Ella y sus hermanos crecieron con el hakka como lengua materna, antes incluso del español.
“Nosotros no hemos hablado español cuando éramos chicos; fuimos al colegio hablando hakka”, cuenta. Esa raíz identitaria -trabajo constante, humildad y amor por la comida- se ha convertido en la columna vertebral del restaurante.

Tradición que resiste en tiempos de fusión
En un contexto donde la cocina chifa ha adoptado múltiples estilos y fusiones, Tití ha optado por preservar su autenticidad. “Hemos sido constantes en conservar la tradición”, afirma Beverly. Esto implica no replicar recetas o preparaciones que se han popularizado en otros restaurantes chinos si estas no responden a prácticas tradicionales, o adaptarlas bajo sus propios estándares.
La carta evoluciona, sí, pero sin perder raíz. Tití ofrece platos especiales en fechas clave -como un osobuco de cocción prolongada con bulbo de loto- que revelan técnicas y sabores menos vistos en la carta diaria. El objetivo es claro: modernizar con equilibrio, sin sacrificar historia.

Una fusión con apellido propio
Para Tití, la fusión no es espectáculo, sino criterio. Beverly lo explica en una línea clara: fusión es usar insumos peruanos, pero con método y alma china.
Bajo esa lógica, el restaurante trabaja paiche de criadero en piezas enteras, presentado al estilo Kion-Chun, en tausi o incluso en versión crocante con salsa agridulce, un guiño al paladar peruano sin dejar de ser fiel a su matriz cultural.
La Molina: expansión con disciplina y precisión
La apertura del nuevo local no fue un salto improvisado. Beverly reconoce que el crecimiento de Tití siempre ha sido gradual, asegurando primero consistencia antes que volumen. Después de más de 30 años de operación en la avenida Javier Prado (San Isidro), decidieron expandirse sin perder control: replicaron equipo, trasladaron chefs y sistematizaron recetas para que ninguna preparación dependa exclusivamente de una persona.
La Molina incorpora además un diferencial clave: horario corrido, lo que permite desarrollar Dim Sum, bollería china, pastelería y una barra de té artesanal con variedades seleccionadas. Entre estos destaca el “café té”, bebida que el fundador disfrutaba en su juventud en Hawái, mezcla de té negro, espresso y leche condensada, servida fría o caliente.
Mirando al futuro, Beverly es cauta: el objetivo no es crecer rápido, sino sostener. “Queremos que este nuevo proyecto prenda, paso a paso, sin perder lo que somos”, resume.





