Las polémicas declaraciones del ministro de Desarrollo Agrario y Riego, Ángel Manero, en el Foro del Agua de Perumin sobre la supuesta necesidad de priorizar el agua para la minería, han encendido el debate nacional. Decir que, en caso de “escasez”, el agua debe ir primero a la minería porque “genera mas flujo de caja” es, cuando menos, un error de visión estratégica y un retroceso en la comprensión integral del desarrollo del agro.
El agua no es un insumo cualquiera que pueda ser asignado por criterios de rentabilidad o de flujo económico, es un bien público esencial. No se trata, ciertamente, de enfrentar la minería con la agricultura, como suelen hacer los colectivos de izquierda radical, quienes polarizan ambas actividades con veneno político. Lo cierto es que el Perú tiene suficiente agua para abastecer todas las actividades a través de una gestión responsable, inversión en infraestructura y voluntad política para su ordenamiento. En nuestro país, la masa hídrica comprende más de 26 mil millones de metros cúbicos de líquido elemento que, de acuerdo con datos del INEI, se distribuye en 89% para el consumo de la agricultura, 9% para las poblaciones, 0,95% para la industria y apenas 1% para la minería. Igualmente, la superficie del Perú que comprende más de 128 millones de hectáreas (de las cuales 11,6 millones van para zonas agrícolas y apenas 1,4 millones para zonas de producción minera) nos hace reflexionar sobre cómo la minería, que ocupa el 1% del territorio nacional, consume el 1% del volumen de agua, genera el 60% de las exportaciones y más del 11% del PBI, puede ser expuesta a un debate público equivocado en el que la proporción y los intereses no tienen ninguna razón de enfrentamiento y menos de fricción.
Las cifras expuestas, demuestran claramente que la minería no es la principal competidora de agua frente al agro; el verdadero reto está en hacer más eficiente su uso agrícola, que es justamente donde se pierde casi la mitad desu propio volumen por filtraciones, evaporación o canales sin tecnificación. La tarea de un verdadero líder de Estado no puede circunscribirse a “elegir” a quién se le da el agua, la tarea debe consistir en cuidarla, preservarla, aprovecharla y distribuirla con equidad, justicia y responsabilidad.