Si toda la información internacional proveniente de Venezuela es cierta, deberíamos estar asistiendo a las últimas semanas, sino días, de la presencia de Nicolás Maduro en el poder.

Las posibilidades que varios analistas han esbozado pasan por una insurrección interna, es decir, una traición en la cúpula del poder chavista, un ataque a distancia o una incursión, esto último, algo más difícil de procesar por las consecuencias diplomáticas que traería. En cualquier, caso es Donald Trump el que ha tomado la decisión de no permitir que el inmundo y vomitivo exlíder sindical siga traficando con cocaína y fentanilo.

El despliegue militar, en sí mismo, es impresionante. Primero llegaron los buques de desembarco anfibio USS Iwo Jima, USS Fort Lauderdale y USS San Antonio. Con ellos, 4 mil infantes de marina.

Otros dos destructores de la clase Arleigh Burke, el USS Gravely y el USS Jason Dunham, se han desplazado también a las aguas internacionales del mar Caribe, frente a Venezuela. Ayer nomás, la operación se reforzó con el USS Lake Erie, un crucero de misiles guiados, y el USS Newport News, un submarino de ataque rápido de propulsión nuclear, según agencias internacionales.

Debe entenderse que no solo se busca amedrentar ni controlar el tráfico ilícito de drogas. El objetivo es acabar, de una vez por todas, con la desfachatez del Cartel de los Soles y la dictadura más ruin que haya asolado esta parte del mundo en este milenio.

Un primer síntoma positivo de este operativo son las señales de que Maduro y su canallesco entorno se orinan de miedo y fluctúan entre forzadas bravuconadas y patéticos llamados a la paz y a la cordura, dirigidos a Trump. Pero loa cuenta regresiva ha empezado y solo falta una orden para descorchar el champagne.