Cuando la ambición desmedida invade íntegramente cada espacio del corazón, el hombre está dispuesto a hacer todo lo que esté a su alcance, para ser reconocido como alguien que ha logrado escalar posiciones y que se encuentra en un lugar digno de elogios multitudinarios. En política, abundan este tipo de personas. El alpinismo social, es una de las formas que encuentran los políticos para acceder a las más altas esferas de poder, rodearse de las elites y sentirse superiores. Este deseo de llegar a las más empinadas cumbres es la dulce promesa de muchos candidatos para postular a un cargo público y es el sustento de muchos políticos para permanecer en él. Como la levadura, el escalamiento progresivo de posiciones, hincha el orgullo personal y el político siente con ardor el deseo de ser admirado. Para este tipo de personas, no es prioridad corregir los enormes defectos de nuestra política ni servir al pueblo con leyes saludables, ni mejorar la condición de las clases laboriosas, sino que la prioridad es darle vida y movimiento a su deseo más intenso; el de alcanzar posiciones más elevadas y ser bien considerados por los poderosos. Lo que digo no es una novedad ni un cruel invento de mi imaginación para criticar de forma inmisericorde a los políticos. En la película El hombre de dos reinos (1966) de Fred Zinnemann, que trata sobre la agitada vida de Tomás Moro, un joven ambicioso ruega desesperadamente para acceder a un cargo público. Moro, gran penetrador psicológico nota que al joven le sorprenden “los asuntos de Estado y las dignidades que se adquieren”, así que le recomienda retornar a sus labores y vivir con sencillez. Esperemos que muchos candidatos y políticos interioricen estas palabras.