En los últimos días hemos asistido a un espectáculo de cinismo político digno de un guion de tragicomedia. Eliane Karp, ex primera dama, insiste en culpar al “fujimontesinismo” y al fallecido empresario Josef Maiman de todas las desventuras de su esposo, Alejandro Toledo, y de ella misma. Como si las coimas que pasaron por las manos del expresidente hubieran sido un accidente del destino y no el resultado de una trama de corrupción planificada. En su relato, todos son culpables menos ella.
La exalcaldesa de Lima, Susana Villarán, no se queda atrás en este intento de reescribir la historia. Con sorprendente desparpajo, asegura que los más de 10 millones de dólares de OAS y Odebrecht no fueron para ella, sino para una campaña “que no era suya”, la de la revocatoria. En otras palabras, el dinero sucio sirvió, según su versión, para “defender la democracia” y mantenerla en el cargo. Un sofisma que pretende disfrazar un acto de corrupción como una gesta política.
El mensaje de ambas es claro: en su universo paralelo, no son responsables de nada. La realidad es torcida a conveniencia, la memoria se acomoda al discurso y los hechos quedan relegados a un detalle incómodo. Esta forma de negación no solo es insultante para la inteligencia ciudadana, sino también una afrenta a quienes esperan justicia frente a tanta impunidad.
Por eso, más allá de sus relatos a medida, solo queda confiar en que el sistema judicial haga su trabajo y coloque a cada cual en el lugar que le corresponde.