En tiempos en que todo vale, menos pasar desapercibido, el presidente José Jerí ha decidido convertirse en el héroe de su propia película. Se ha puesto el traje del “salvador nacional” y, con escenografía incluida, promete derrotar a la criminalidad. No hay duda: ha entendido que la política moderna se juega en el terreno del show, no de los resultados. Su gobierno es un escenario y él, un actor en busca de aplausos urgentes.
Jerí huele el aire social y sabe que la gente clama por seguridad. Pero también sabe que aún hay desconfianza. Según la última encuesta del IEP, solo el 18% de los peruanos se siente representado por él, mientras que un contundente 53% rechaza que haya asumido la presidencia. Sin embargo, sostiene su puesta en escena. Quizás por eso tiene un 45% que aprueba sus primeros días en el Gobierno, según Ipsos Perú.
El problema del presidente es confundir mano firme con teatralidad, y autoridad con demagogia. No se gana respaldo con discursos inflamados ni con fotografías en los operativos policiales. La gente no quiere un actor armado de slogans, sino un líder armado de resultados. Los aplausos duran un día; la confianza, si llega, se gana con eficacia y decencia.
Hoy tiene el gran desafío de derrotar a la criminalidad, que sigue extorsionando y matando a transportistas. Por ello, estos ya programaron un paro para el 4 de noviembre.
El país no necesita un salvador con luces y cámaras. Necesita un estadista que, sin tanto espectáculo, devuelva el orden, la esperanza y la dignidad a los peruanos. Porque cada vez que el poder se vuelve teatro, la política se vuelve farsa, y la patria, un público cansado que ya no aplaude.




