Hoy el Perú celebra el Día del Periodista, pero la fecha encuentra a la prensa en una situación preocupante: convertida en blanco del poder político. Gobierno y Congreso compiten en intolerancia, atacando, judicializando y ridiculizando a los medios que se atreven a incomodar con la verdad. En lugar de fortalecer la democracia, los poderosos parecen obsesionados con mellarla.

La presidenta Dina Boluarte mantiene un mutismo indignante. Evita entrevistas, rehúye conferencias y prefiere un silencio que solo refleja incomodidad frente a la crítica. Por su parte, el Congreso continúa en su cruzada antidemocrática, sacando del sombrero leyes que buscan amordazar al periodismo. Para completar el cuadro, la Policía Nacional reprime y hostiga a reporteros en las marchas, como si informar fuera un delito.

Los poderes del Estado deberían equilibrarse con contrapoderes reales y efectivos. En el Perú, eso no ocurre. El Ejecutivo carece de controles internos. El Parlamento solo se fiscaliza a sí mismo con componendas y repartijas. Frente a ese desierto institucional, es la prensa la que asume, casi en solitario, el papel de contrapeso. Y por eso mismo, se ha vuelto el enemigo natural de quienes desprecian la rendición de cuentas.

La fecha debería ser de celebración, pero termina siendo de advertencia. Si el poder logra su objetivo de callar a los periodistas callan, la democracia queda inerme.