Este es un país adolescente. Nadie acepta su responsabilidad política, nadie quiere reconocer que su apoyo al error tiene un costo, un alto precio, una crisis que conjurar. Por eso, por esta adolescencia impertinente y desatada, por esta eterna infancia terca y cortoplacista, es que nuestra memoria se reinicia casi de inmediato. Somos la antítesis del memorioso, olvidamos de la noche a la mañana, no aprendemos y por eso caemos. “Tropezamos de nuevo con la misma piedra”, ese es el lema preciso para nuestro escudo nacional.

A pesar de ello, a pesar de nuestra amnesia cuasi-invencible, vale la pena interpretar el papel de Casandra y proclamar a los cuatro vientos que existen los Caballos de Troya, que hay presentes griegos que provocan la ruina de toda la nación. Por ejemplo, el villaranismo, un Caballo de Troya que casi destroza Lima por completo. Lo más alucinante de todo es que ahora ninguno de sus votantes y sus defensores se asoma por la ventana. Lo más increíble es que los del clan de la chalina intentan reciclarse y lo más patafísico es que ¡lo hacen con éxito! Pobre Perú, condenado a repetir incansablemente sus errores, Sísifo tan culpable como desventurado, incapaz de ponderar la magnitud de sus elecciones.

Los del clan de la chalina tendrían que ser castigados por décadas en las urnas, condenados al olvido y al exilio político, por ser los autores intelectuales y los defensores de Villarán y sus cómplices. Ya no es solo el dinero el que los consume en su error. También la sangre de José Miguel Castro, en la que todos estos, tarde o temprano, terminarán ahogándose. Por eso, si queremos superar la desviación ideológica de la chalina, tenemos que colocarlos correctamente allí donde de verdad pertenece: en la historia nacional de la infamia.