Vivimos tiempos en los que la velocidad de la información supera, con demasiada frecuencia, nuestra capacidad de comprenderla. Sin embargo, mientras debatimos asuntos pasajeros o nos resignamos ante la inercia, el país avanza —o retrocede— según decisiones tomadas sin nuestra mirada atenta. La democracia no se sostiene únicamente con votos; se sostiene con ciudadanía informada, involucrada y consciente de que cada omisión también produce efectos. Hoy, más que nunca, el Perú necesita ciudadanos despiertos.

La idea de que “la política es sucia” o “nada cambiará” se ha convertido en una excusa cómoda que permite a otros ocupar los espacios que dejamos libres.

No se trata de militar en un partido ni de vivir pendientes del tráfico de titulares, sino de comprender que lo público también es personal, que las decisiones presupuestales condicionan nuestras oportunidades, que las reformas postergadas afectan nuestra calidad de vida y que la falta de planificación compromete los próximos años de desarrollo. Cada decreto, cada reforma, cada omisión puede impulsarnos hacia adelante o condenarnos a repetir errores que ya hemos pagado demasiado caros.

El futuro del país no está escrito; está en disputa. Y las consecuencias de nuestra indiferencia pueden ser irreversibles. Involucrarse significa preguntar, contrastar fuentes, exigir transparencia, participar en debates informados y no delegar la conducción del país a la suerte o al desinterés colectivo.

Si queremos un Perú distinto, debemos actuar distinto. No podemos permitir que otros decidan por nosotros el rumbo que afectará a las próximas generaciones. El futuro se construye, y comienza por informarnos.