Ganamos el mundial del pan con chicharrón, pero en los asuntos más importantes nos vamos a la baja. Dejamos que Machu Picchu, la joya de nuestra identidad y motor de nuestra economía turística, se desplome ante la indiferencia de quienes deberían cuidarla. La paradoja es grotesca: campeones en la cocina, pero incapaces de proteger una de las siete maravillas del mundo. Y no es que no se haya advertido; los expertos lo dijeron una y otra vez, pero el Gobierno prefirió mirar hacia otro lado, como si el santuario se sostuviera solo por inercia.
Hoy estamos a punto de perder un título que no se gana en concursos virales, sino en base a gestión, respeto y visión de largo plazo. Lo que tenemos, en cambio, es desorden en el transporte, mafias en la venta de boletos, conflictos que se repiten sin solución y un Estado que parece especializarse en lavarse las manos. Machu Picchu, en vez de ser ejemplo de orgullo nacional, se convierte en testimonio de la incompetencia oficial.
No exageremos: la advertencia de New7Wonders no es un simple tirón de orejas. Una sanción o retiro del título golpearía la imagen del Perú en el mundo y, peor aún, reduciría el flujo de visitantes que mantienen a flote a miles de familias.
Si el Gobierno no atiende esta crisis, quedaremos como el país que descuidó su mayor tesoro cultural, pero que, eso sí, sabe hacer el mejor pan con chicharrón del planeta.