Los pusilánimes, los cobardones, los que hablan entre susurros, escondidos debajo de la mesa para que no descubran su balbuceo y su vacilación, son los verdaderos reyes de la media tinta. Aunque en el barrio les dirían, giles, pavos, sonsones o hasta lornas, mi abuela, sin duda, les diría su inolvidable y contundente adjetivo: “bellacos”. Felizmente no pertenecen a ninguna “generación” en particular, sino que son una consecuencia de la apatía y el mercantilismo intelectual. Me refiero claro está, a aquellos conspicuos personajes que no son capaces de defender sus propias creencias o lo hacen a media voz.
En el Perú existen, por ejemplo, muchos empresarios y emprendedores (para agruparlos a todos) que viven atrapados en la contradicción: piensan como liberales, actúan como defensores del mercado y de la propiedad privada, exigen un Estado pequeño y eficiente que regule, pero que no controle y defienden la libertad, pero cuando llega el momento de la verdad y decir que son de “derecha” es como hablar de un pecado mortal: miran al suelo, se esconden debajo de etiquetas que los disfracen. Le temen al “qué dirán”. El origen de esta vergüenza es histórico. En lugar de reivindicar lo que significa promover la libertad económica, la institucionalidad y el estado de derecho, promover la creación de bienes y servicios que beneficien a miles y generen riqueza, algunos/muchos prefieren negar su filiación y autosilenciarse por temor a ser encasillados. Prefieren el doble discurso y creen que defender sus principios es vergonzoso o pecaminoso. La hipocresía no protege, expone. Es una vergüenza renunciar a pensamientos y principios legítimos y sentir vergüenza de tal condición. Winston Churchill decía que el coraje es la cualidad que garantiza todas las demás y hoy, a algunos emprendedores peruanos, no les faltan necesariamente recursos ni discurso técnico. Les falta coraje político y determinación.
Seamos actores y gestores de nuestro propio desarrollo, de nuestra empatía con los demás, de nuestros éxitos que son finalmente los éxitos comunes de toda una Nación. Levantemos la voz con orgullo: el Perú no necesita cómplices silenciosos, necesita lideres que defiendan la libertad, con claridad y estridencia y no con vergüenza marginal.