Derrotado el senderismo maoísta, defensor sangriento de la utopía revolucionaria, las izquierdas que cogobernaron durante veinte años el Perú propusieron una nueva utopía, la utopía del republicanismo progresista.

Las diversas herejías antropológicas sobre las que se fundan las ideologías políticas por fuerza generan diversas consecuencias, distintas en esencia. La antropología revolucionaria y violenta provocó un baño de sangre, había que matar en nombre de la política. La antropología gnóstica y relativista convirtió al Estado en una especie de plastilina cuasi líquida, maleable, debilitada hasta el extremo por la destrucción del principio de autoridad. En efecto, la gnosis política destruye toda autoridad, todo poder constituido, toda institución dedicada a defender el orden y la razón de Estado.

De allí que la debilidad institucional, el colapso del Estado, el crimen y la inseguridad, todo esto que nos hiere profundamente de manera cotidiana tengan su origen en la sucesión de utopías políticas a las que hemos sido sometidos de manera dolosa. Nada hay de casual en la destrucción de la legalidad y la presunción de inocencia. No es un hecho aislado el ataque plenamente articulado a las Fuerzas Armadas y a la Policía, esa viciosa persecución a la que fueron sometidos nuestros soldados. El resultado ha sido catastrófico para todos. La gente muere en las calles porque el principio de autoridad sucumbió ante las utopías. Allí donde obtuvieron poder los defensores del sueño relativista, todo se derrumbó. El orden, la libertad verdadera, la razón, el sentido común, la unidad nacional. Combatir a la utopía se ha convertido en una cuestión de supervivencia y patriotismo. De eso va la próxima elección.