La vida de los grandes hombres se mide por su resolución férrea en tiempos de guerra y por su sentido cívico en los caminos de la paz. Ambos extremos son fundamentales para comprender la impronta de los que transforman un país. Los que nos llevan a la victoria en el instante de peligro y los que construyen los cimientos de un orden duradero, de una nación viable. Esos hombres crean un derrotero de sentido común, de unidad por sobre los sectarismos.

Tal ha sido la vida de Luis Gonzales Posada. Valiente en la guerra contra los enemigos del Perú, constructor de paz, unidad y concordia cuando el gobierno estuvo en sus manos. Canciller y presidente del Congreso, hombre de Estado hasta el tuétano, político de fuste, culto y docto, autor ilustrado de numerosa obra, toda ella imprescindible para comprender nuestra historia y nuestra diplomacia.Fue protagonista en primera línea de todos los hechos esenciales del Perú reciente y siempre tuvo un motivo sólido, fundamental, casi heroico, tratándose de un país adolescente como el nuestro: la construcción posibilista de una democracia de partidos capaz de asegurar el crecimiento sostenido con pan y libertad. He allí la estrella de su vida.

Leal hasta la sangre, finísimo carácter de mil y una anécdotas, querido por todos sus compañeros, cumple por estos días unos bien llevados ochenta años, edad que aquilata todo el oro de la experiencia. Brillante consejero de palabra imprescindible, hoy lo celebramos todos los amigos que hemos tenido la bendición de cruzarnos con su sendero repitiendo con Eugenio d’Ors esta frase que calza con su vida, con su trayectoria, con su destino: “Bienaventurado aquél, no me cansaré de repetirlo, bienaventurado aquél que ha conocido a un maestro”. ¡Feliz cumpleaños, maestro querido!