Progresivo hundimiento en el fango de la mediocridad, o regeneración moral e intelectual del Perú. ¡Ese es el dilema que enfrentamos como Nación! La masiva movilización popular en Nepal, operó como un aguijón que despertó nuevamente del letargo a las juventudes peruanas. La última marcha convocada para derribar al Gobierno y provocar la caída del parlamento nacional, nos mueve a reflexionar sobre el crítico momento político. A mi juicio, el diagnóstico es el siguiente: Los representantes políticos carecen de destrezas suficientes para enderezar el rumbo de la vida nacional, no están capacitados para la labor legislativa y todos, con reducidas excepciones, han deshecho la posibilidad de que el Congreso del Bicentenario sea notable, respetable, eficaz y digno. Entonces, si el terreno está infestado y la plaga de la mediocridad impide una inteligente conducción política, si las malezas abundan e imposibilitan el florecimiento definitivo del Perú y si solo vemos –como en la parábola neotestamentaria– higueras que no dan fruto, el mandato de recuperar el terreno en la política se convierte en una cuestión vital e impostergable. Recordemos las palabras de González Prada en el teatro Politeama de Lima en 1888: “¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!”. Frase cuestionada por Ricardo Palma (en una carta de 1905 a Miguel de Unamuno, quien además de escritor era rector de la Universidad de Salamanca) y escrita según él, para “la adulación de muchachos inquietos”. Me uno a las críticas de Palma, pues las juventudes no pueden menospreciar la acción política de los hombres maduros. Y con mayor razón ahora, que hemos recuperado la bicameralidad. ¡Juventud y senectud a la acción!




