“Honor y gloria a la policía, pero a la paraguaya”, decía con sarcasmo una pancarta en el centro de Lima. Y vaya que tenía razón. Mientras en Asunción atrapaban la semana pasada al “Monstruo”, uno de los criminales más buscados de Sudamérica, aquí en Perú el Gobierno y la policía corrían a colgarse de la hazaña ajena como si hubiesen sido los protagonistas del operativo. Un triste espectáculo: políticos buscando oxígeno en un logro que no les pertenece.

La realidad nacional es menos gloriosa. En nuestras calles, la extorsión es ya una forma de gobierno paralelo: 15 mil soles por no volar una bodega, 5 mil por no atentar contra una señora que vende fresas con crema. En tanto, les va peor a los transportistas, quienes hartos van al paro, suspenden servicios o suben tarifas para cubrir el costo de sobrevivir en medio de la inseguridad. El Estado no protege; apenas reacciona. Y cuando lo hace, llega tarde, mal y arrimado a la foto de otros.

Hoy en Lima hay paro. La cifra de de 101 taxistas y mototaxistas, 70 choferes de colectivos, micros y buses y 14 “jaladores” asesinados en lo que va del año, simplemente aterroriza.

Lo peor es que, mientras el país sangra, los candidatos presidenciales parecen vivir en otra realidad. Ni un plan serio, ni una estrategia convincente contra la inseguridad. Ensayan frases vacías, reparten promesas como volantes y siguen creyendo que la retórica vence al miedo. Por eso la mitad de los electores dice que no votaría por ninguno o lo haría en blanco o nulo: un voto que dice “no creemos en ustedes” con la misma contundencia que un portazo en la cara.