Hace casi 50 años, un profesor de la Universidad de Yale realizó un experimento de psicología social. Abandonó dos autos idénticos en la calle: uno en el Bronx, un barrio pobre y conflictivo de Nueva York; y el otro en Palo Alto, California, en un barrio rico y seguro.

El resultado fue que el auto abandonado en el Bronx fue canibalizado en pocas horas, a diferencia del de Palo Alto, que se mantuvo intacto. La conjetura anticipada fue que la pobreza era la causa del delito. Sin embargo, el experimento no terminó allí. Los investigadores añadieron una cosa más: rompieron una de las lunas del auto de Palo Alto. ¿Qué pasó? Al igual que en el Bronx, en pocas horas el auto también fue canibalizado.

Las conclusiones de los investigadores Wilson y Kelling, postuladas en su artículo de 1982 “Ventanas rotas”, apuntan a que no es la pobreza lo que genera el vandalismo y el delito, sino el mensaje de abandono. Es decir, la falta de preocupación, el desinterés y la ausencia de reglas. Un vidrio roto genera un potente mensaje de violencia y abandono. Por ello, el delito es mayor donde la sociedad exhibe signos de deterioro; allí donde los pequeños hurtos parecen no importarle a nadie (como el robo de celulares), donde se cometen pequeñas faltas sin sanción, es lo que detona una espiral de delitos cada vez mayores.

Acerquemos esta reflexión a nuestra realidad actual. Es un hecho que en zonas donde hay descuido, basura acumulada y precariedad, se convierten en espacios de escaso control. Por ello, requerimos mejores autoridades que entiendan el origen de la violencia y que, como en la Nueva York de Giuliani, implementen políticas de tolerancia cero en la prevención del delito.