Los seres humanos, a lo largo de la vida, logramos conocimientos, capacidades, y actitudes –articuladas sinérgicamente– que se denominan competencias de aprendizaje. Esto es posible cuando los estímulos educativos se enlazan con “lo aprendido antes” por cada persona. Por eso, cuando un docente enseña debe tener en cuenta los saberes previos de sus alumnos, pues constituyen el punto de partida para planificar lo nuevo que se va a enseñar.

Cada ser humano posee una estructura afectiva y cognitiva que se va formando consciente y subconscientemente, de acuerdo con su desarrollo evolutivo en su entorno físico, social y simbólico. Por tal motivo, el en cualquier acto pedagógico el estudiante pone en juego sus experiencias directas y subyacentes –positivas y negativas– que lo han marcado desde el nacimiento. También, pone en acción sus inteligencias específicas –que como sabemos son diversas– así como los aprendizajes en general que ha ido logrando y, desde luego, sus disposiciones internas y conductas socioemocionales.

El maestro, en consecuencia, debe conectarse con los logros educativos (competencias previas de aprendizajes) que trae la persona para optimizarlos, y con sus debilidades para, “sin descalificarlo”, ayudarlo a superarlas. Del mismo modo, debe ponerse en contacto con sus alegrías, tristezas, satisfacciones, ansiedades, expectativas e intereses en el contexto de un vínculo interpersonal empático y respetuoso

Reitero “lo previo es la base para construir aprendizajes nuevos y significativos”. Pero, no olvidemos que esta conexión es mucho más viable con la mediación pedagógica en un espacio físico y social compartido entre maestro y alumno en las sesiones de enseñanza-aprendizaje.