Veinte años después de haber dejado el colegio, los exalumnos casi nunca recuerdan los nombres de todos los cursos ni las fórmulas que tanto les costó memorizar. Tampoco recuerdan las rúbricas, las notas ni los informes trimestrales. Pero sí recuerdan con nitidez a algunos maestros. No necesariamente los más simpáticos o los que ponían buenas notas, sino aquellos que los vieron cuando nadie más lo hizo. Los que creyeron en ellos antes de que ellos mismos creyeran. A esos pocos que, de una u otra forma, dejaron una huella que el tiempo no logra borrar.
Recuerdan al maestro que los desafió a pensar distinto, al que los escuchó sin burlas, al que les dio una segunda oportunidad cuando todos habían perdido la paciencia. Al que convirtió un error en una lección de vida o les enseñó que la curiosidad vale más que la obediencia. Esos maestros no enseñaban solo temas: enseñaban a vivir, a mirar el mundo con criterio, sensibilidad y esperanza.Las huellas que dejan no se miden en los rankings, pero sí en la seguridad con la que un exalumno se expresa, en su deseo de aprender y en su manera de tratar a los demás. A veces, una palabra alentadora basta para cambiar una historia.El concurso “El Maestro que Deja Huella” de Interbank busca hacer visibles a esos educadores que transmitieron “sé que puedes, aunque tú todavía no lo veas”, y provocar una reflexión: ¿cómo quiero ser recordado por mis exalumnos dentro de veinte años? La respuesta debería inspirarlos a sembrar hoy la semilla del aprecio, porque solo el maestro que toca el alma de sus alumnos deja una huella que el tiempo no borra.




