El gobierno de José Jeri atraviesa una etapa clave de consolidación. Tras la vacancia de Dina Boluarte y el respaldo que obtuvo en el Congreso al superarse el intento de censura contra la Mesa Directiva que presidia, el nuevo mandatario ha logrado estabilizar, al menos temporalmente, el tablero político. Sin embargo, esa estabilidad es todavía frágil y se sostiene más en la expectativa que en los resultados. La autoridad, por definición, se compone de dos pilares: legalidad y legitimidad. En el primer aspecto, José Jeri no tiene discusión; su acceso al cargo responde a los mecanismos constitucionales previstos. Pero su legitimidad sigue siendo objeto de debate, como ya ocurrió con Manuel Merino de Lama.
Jerí tiene mucho que ganar y poco que perder si asume con firmeza la conducción del país y se distancia de la vieja política. Su situación judicial y los cuestionamientos políticos que enfrenta hacen que su margen de maniobra sea limitado, pero justamente por eso tiene la oportunidad de demostrar que puede gobernar con transparencia, eficacia y sentido de urgencia.
El actual Gabinete combina perfiles técnicos y políticos interesantes; esa mixtura puede ser una fortaleza si logra sostener una agenda centrada en resultados concretos: seguridad ciudadana, lucha contra la comupción y estabilidad económica. Si el presidente pone el esfuerzo necesario en limpiar su imagen y reconstruir confianza, podría convertir este breve periodo de transición en una etapa de corrección institucional y no solo de sobrevivencia política.
El Perú no necesita más sobresaltos, sino señales de rumbo, Y. por ahora, Jerí tiene la oportunidad-quizá la última-de dar ese golpe de timón que nos devuelva algo de esperanza.