Como en el grabado, Capricho 53 de Goya: ¡Qué pico de oro!, Raúl Noblecilla habla como papagayo ante auditorios incautos. Para el abogado y candidato a la Cámara de Senadores, la historia política reciente del Perú está forjada sobre relaciones asimétricas: Opresores y oprimidos. Para él, existe una élite política supremamente poderosa, que pretende suprimir por medios judiciales a “los verdaderos reparadores de injusticias, a los políticos que encarnan los valores populares”, que son apresados e invalidados políticamente -según su construcción discursiva-, porque representan un peligro para la continuidad del sistema político y económico actual. Noblecilla, vulgar agitador y hombre de palabra ligera e insustancial, actualiza la antigua y ponzoñosa lucha de clases. En su obra La doctrina marxista (1949), se pregunta el sacerdote Ricardo Lombardi, si “para el marxismo, la lucha de clases no era el fermento insustituible de la historia”. Noblecilla, nueva imagen de la “izquierda ilustrada del Perú”, persevera en el error de interpretar las relaciones sociales desde la lucha de clases, y así da respuesta, a la interrogante del libro. Noblecilla, excita las pasiones del resentimiento y llega al extremo de diferenciar a las personas por su fenotipo, es decir, por las características visibles, como las tonalidades de la piel. Como defensor del transgresor de la ley constitucional Pedro Castillo, Noblecilla demuestra que no se somete a los principios que emanan de la Constitución, ni respeta íntegramente el principio democrático de separación de poderes. ¿Qué hace el desvergonzado candidato? Incuba el resentimiento, y aguijonea rencores en las masas populares para obtener un triunfo electoral.




