Estamos seguros que si realmente se pone orden en las cárceles, se reimplanta el principio de autoridad, se impide el ingreso de teléfonos y se aisla a los criminales más salvajes, se habrá dado un gran paso para combatir la criminalidad en el país, donde muchos de los delitos se cometen y son planeados desde penales hacinados, sin control y bajo la vigilancia de gente corrupta que tiene que salir.
El gobierno interino del presidente José Jerí, con buen tino, ha puesto énfasis en impedir que los hacinados y caóticos reclusorios sigan siendo lugares desde donde se sigue delinquiendo, y donde los internos se dan la gran vida a pesar de los crímenes cometidos.
Hemos visto que se está trabajando en penales como los de Ancón, Lurigancho y Castro Castro. Sin embargo, hay que mirar lo que pasa en reclusorios como los de Trujillo, Chiclayo, Piura y Chimbote, donde la cosa también es crítica tras largos años de abandono y falta de decisión política para hacer las cosas bien.
Nunca más llamadas extorsivas desde los penales, nunca más órdenes a sicarios para que maten a alguien en las calles, nunca más celdas doradas con televisores de 40 pulgadas, equipos de sonido y trago, todo lo cual sirve para irritar aún más a los peruanos agobiados por la criminalidad.




