El presidente José Jerí anunció hace unas semanas un plan de austeridad para recuperar el equilibrio fiscal, y parte del Congreso no tardó en aplaudirlo con entusiasmo. El discurso sonaba impecable: responsabilidad, orden fiscal, sacrificio necesario. Pero la política peruana hace tiempo dejó de creer en sus propias palabras.
La evidencia es contundente. El Congreso sigue gastando como si el país viviera en abundancia. Hoy cada parlamentario cuenta con un promedio de 28 trabajadores, lo que ha disparado la planilla de 15 millones de soles en 2021 a 26 millones proyectados para 2025. Una cifra que habla por sí sola. Pero la navidad parlamentaria revela el verdadero nivel del despropósito: tarjetas de 1 900 soles, bonos y gratificaciones que suman 46 900 soles por congresista. Solo el aguinaldo —8.5 millones de soles— bastaría para mostrar que, en el Perú oficial, la austeridad es un discurso que se rompe apenas termina la conferencia de prensa.
No hay noción de equilibrio fiscal que resista tantos privilegios, y no hay ciudadanía que pueda confiar en quienes predican sacrificio mientras se autoasignan beneficios sin medida. Por eso, hablar de austeridad desde el poder se ha vuelto un gesto vacío, cuando no una burla abierta. No hay filtro, no hay autocontención, y mucho menos vergüenza. Lo que hay es una élite política desconectada de la realidad, que ha confundido la gestión pública con un botín de favores y la austeridad con un eslogan para salir del paso.




