La reciente provocación del guerrillero Gustavo Petro, hoy inquilino de la Casa de Nariño, contra la soberanía del Perú no es un incidente menor ni un desliz retórico casual. Es un acto calculado, revestido de provocación política, que busca erosionar la relación entre dos naciones hermanas, sembrar una narrativa distorsionada sobre nuestra historia y soberanía. No existe controversia limítrofe.
El Perú ha demostrado en más de una ocasión que su diplomacia sabe responder con eficacia y serenidad a los ataques velados o abiertos que intentan socavar su dignidad. Recordemos la sólida defensa de los intereses nacionales desplegada en la controversia marítima con Chile, que logró en 2014 el fallo favorable de la Corte de La Haya.
Este episodio, originado por las expresiones de Petro, no debe ser ignorado ni minimizado. Requiere de una lectura política aguda y de una estrategia que no confunda prudencia con inacción. Es indispensable que el Ejecutivo convoque a los mejores para definir una respuesta integral. No se trata únicamente de una reacción coyuntural, sino de reforzar permanentemente nuestra presencia en zonas limítrofes, con inversión, infraestructura y una política de Estado que fortalezca nuestro territorio.
Este momento ofrece también la oportunidad de consolidar alianzas estratégicas con países que comparten nuestro respeto por el derecho internacional y la no injerencia.
En tiempos en que la retórica populista intenta sustituir el debate diplomático por espectáculo mediático, el Perú debe responder con inteligencia, firmeza y dignidad. Petro podrá buscar titulares; nosotros debemos defender principios y territorio. Porque la soberanía no se negocia, se ejerce.