Hace tiempo que México se ha convertido en un narcoestado. El origen de esta situación, obviamente no formalizada, se remonta a las épocas de Joaquín “El Chapo” Guzmán, que a fines de los años 80, embriagado de poder y dirigiendo el Cartel de Sinaloa, se atrevió a liberar territorios, se vinculó con el poder de turno y financió candidaturas presidenciales, municipales y de diversas gobernaciones. Pero el nexo más escandaloso de Guzmán fue su relación con Genaro García Luna, nada menos, que el secretario de Seguridad Pública entre los años 2006 y 2012.
García Luna le facilitó al “Chapo” una extensa red de corrupción que incluyó información privilegiada, combate a sus rivales en el control del envío de drogas y hasta concedió el uso de vestimenta policial para las huestes del cartel a cambio de millonarios sobornos, que lo llevaron a sufrir una condena de 38 años de prisión en 2023, en una Corte de Nueva York, luego de ser extraditado.
¿Qué ha dicho Claudia Sheinbaum sobre la política de lucha contra el narcotráfico? Pues ha señalado que “regresar a la guerra contra el narco no es opción” y que “la militarización de la guerra no sirve, no funcionó”. En cambio, añade con extrema demagogia que lo que plantea su gestión es “prevención, atención a las causas, inteligencia y presencia”.
Es la misma política de Manuel López Obrador, su predecesor izquierdista, cuyo slogan sobre ese cáncer mortal que socava a los países es “abrazos, no balazos”. En sus 6 años de gobierno, AMLO dejó un saldo de 202 mil asesinatos.
Entre tanto, en trece meses, Sheinbaum, acumula 26,427 homicidios, un promedio de 72.4 por día, pero ella sigue más preocupada en otorgar asilos a golpistas o entrometerse en asuntos internos del Perú con extremo desparpajo y cinismo.




