Semanas atrás recordaba en este espacio los 33 años del brutal atentado senderista ocurrido en Tarata, la calle del distrito limeño de Miraflores que una noche de julio de 1992 fue remecida por la explosión de un coche bomba que acabó con la vida de 25 peruanos inocentes y casi demolió los edificios colindantes debido a la potencia de la carga de dinamita mezclada con anfo. Las imágenes de la devastación son imborrables para la mayoría de peruanos.
Lamentablemente, en las últimas horas la criminalidad desbordada en la ciudad de Trujillo ha cometido un nuevo ataque con explosivos, pero ya no uno del tipo de los que afectan vidrios y quizá algunas estructuras metálicas menores. Esta vez, el estallido ocurrido muy cerca del centro de la capital liberteña ha sido tan fuerte que ha dañado paredes de ladrillo y cemento, tal como lo hicieron los senderistas hace 33 años en Lima, lo que demuestra que la delincuencia común está incrementando su poder de fuego.
Hasta el lugar de este ataque ha llegado el ministro del Interior, Carlos Malaver, quien ha señalado que este no sería un caso se extorsión como los tantos que se ven en Trujillo, sino un atentado que forma parte de la lucha de dos bandas criminales que operan en la ciudad por el “control territorial”. Es decir, ha indicado que estamos ante gente prontuariada. Sin embargo, más allá de eso, la verdad es que vamos siendo testigos de que los delincuentes comunes cada vez tienen más poder para causar daño.
Mientras tanto, acá se sigue discutiendo si esto es “terrorismo” a secas, “terrorismo urbano”, “neosenderismo” o cualquier otra definición. Lo cierto es que la criminalidad ya no movida por “ideologías” ni por el afán por la “toma del poder”, sino por dinero, está cometiendo actos brutales que tienen que ser afrontados por todo el Estado, con responsabilidad y energía, sin importar la etiqueta que le quieran poner. Nos están pasando por encima y no se dan cuenta. ¿Qué están esperando?
A este paso, dentro de poco se van a bajar con un coche bomba una comisaría, la sede del Gobierno Regional o del Poder Judicial, habrá ruido por unos días y a la semana siguiente todo seguirá igual. Al Estado peruano en su conjunto le falta reacción. En los años 80 ocurrió contra el naciente senderismo y ahora frente a la delincuencia común que nos está arrinconando. Ambas lacras, aunque por motivaciones diferentes, están atacando al Perú a punta de balas y explosivos. Es evidente que no aprendimos la dura lección del pasado.