Un consuelo tonto es que festejemos que en nuestro país la justicia tiene brazos tan largos que alcanzan, incluso, a los expresidentes de la república. Tanto Martín Vizcarra como Pedro Castillo han sido condenados en primera instancia por distintos delitos, lo que denota que nadie tiene patente de corso para hacer sus fechorías. Sin embargo, no es normal que los jefes de Estado delincan.
Si uno revisa la situación legal de los últimos exmandatarios se puede dar cuenta que, lamentablemente, hemos normalizado que luego de cada gobierno alguien debe ir preso. Y si no cumple con los requisitos para padecer ante la justicia legal, lo pasan a la trituradora política y mediática para inhabilitarle a cualquier cargo público. Así las cosas, ocupar el máximo cargo del país es un trabajo peligroso.
Claro, ahora muchos políticos cuestionan que jóvenes o gente de bien rehuya a ingresar al servicio del país desde el sector público. Otros creen que la gran cantidad de agrupaciones que participarán en las próximas elecciones refuta esta teoría, lo que no es del todo cierto porque si uno ve las listas sabrá que cantidad no es calidad. Entonces, hay una disyuntiva real entre el futuro diferente y la historia repetida.
¿Quién nos puede asegurar que la historia no se repetirá? Nadie. Pero, queda en cada elector responsabilizarse sobre el futuro diferente del país. Ya no podemos seguir echándole la culpa a los partidos porque no cumplen con sus promesas, sino que aplicando el criterio del bien común tendremos que emitir un voto razonable. No nos consolemos con mandar presos a quienes nos gobernaron.




