Entre las grandes cosas que nos unen a Perú y Colombia –dos pueblos realmente hermanos que incluso por años han sangrado juntos a causa de la violencia comunista–, es el haber votado tan mal en los últimos comicios generales, pues allá en 2022 eligieron al exguerrillero del grupo armado M-19 Gustavo Petro, y acá a un casi iletrado como Pedro Castillo, que llegó al poder en 2021 como el candidato de los terroristas reciclados de Movadef, que es el nuevo rostro de Sendero Luminoso.

Es evidente que tanto en Perú como en Colombia, el voto que hizo ganar a estos personajes fue el que provino de los sectores de mayor pobreza, como una manera de exigir la atención de sus demandas sociales. En el vecino país hubo masivas movilizaciones de protesta entre 2019 y 2021, mientras acá estábamos en plena pandemia de COVID-19 que devastó la economía, incrementó los niveles de pobreza y se llevó más de 200 mil vidas. Acá y allá creyeron, aunque por ajustado margen, que eran las mejores opciones.

Sin embargo, los dos izquierdistas resultaron un fiasco. Petro es un sujeto que por sus taras ideológicas se quedó anclado en los años 70, apoya a las tiranías de Cuba y Venezuela, saca cara por los terroristas islámicos de Hamas, y se ha rodeado de ministros realmente impresentables como un confeso drogadicto en Interior y un ex actor pornográfico en la cartera de Igualdad. Ahora se ha inventado un conflicto limítrofe con el Perú para apelar al patrioterismo y cohesionar a los ciudadanos detrás de su impopular mandatario.

Acá, ya sabemos cómo terminó el “revolucionario” Castillo, el hombre que recibía en Palacio de Gobierno a la gente del Movadef y que tenía como ministro a un sujeto acusado de cometer atentados dinamiteros en Ayacucho. Hoy está preso por un intento de golpe de Estado y bajo cargos de recibir sobres de dinero a cambio de efectuar nombramientos en el Estado y entregar la buena pro de grandes obras públicas a empresarios corruptores que también tendrán que responder a la justicia.

No es raro que Petro siga hasta hoy defendiendo al presidiario Castillo, pues son iguales, están cortados por la misma tijera. Ambos representan tanto para Colombia como para el Perú, a la degradación de la política, la demagogia, la corrupción y los cantos de sirena que aún sorprenden a los incautos cuyas demandas sociales efectivamente tienen que ser atendidas sin más demora, pero no por ineptos ni farsantes, sino por gente capaz, responsable y honesta. Sin duda, estamos más unidos que nunca.