Alarmante lo sucedido el martes en Ecuador, en que el vehículo en que se desplazaba el presidente Daniel Noboa fue atacado con piedras y balas en la provincia de Cañar, en un claro intento de asesinato por parte de manifestantes pertenecientes a pueblos originarios que se oponen a la eliminación del subsidio al diésel, una situación que muestra el grado de descomposición y violencia que están alcanzado los “reclamos” y las diferencias políticas e ideológicas en nuestra región.
No olvidemos que el 9 de agosto del 2023 fue asesinado en Quito Fernando Villavicencio, quien era candidato presidencial, y que desde ese momento el resto de la campaña electoral tuvo que llevarse a cabo en medio de extremas medidas de seguridad, en que vimos a los aspirantes provistos de chalecos antibalas y cascos metálicos, siempre rodeados de guardaespaldas. Desde hace al menos cinco años Ecuador está en jaque por el auge del crimen organizado y las economías ilegales.
Este mismo año, durante un mitin de campaña en Bogotá, un menor de edad disparó a la cabeza el precandidato presidencial y senador colombiano Miguel Uribe Turbay, quien falleció dos meses después a causa de la herida de bala. Un año antes, el entonces candidato republicano a la Casa Blanca, Donald Trump, hoy mandatario de Estados Unidos, se salvó por milímetros de recibir un disparo en la cabeza mientras participaba en un acto proselitista en Pensilvania.
En el Perú estamos entrando a una campaña electoral en que los ánimos están muy caldeados, por lo que desde todos los sectores se debe invocar a que la violencia no tenga cabida en este proceso, más aún si de por medio se mueven los intereses de economías ilegales capaces de pagar el accionar de agresores de todo tipo. La pedrada, el palazo o la bala no pueden ser una extensión del debate político y la confrontación de ideas propias de una democracia. Lo sucedido ayer en Juliaca contra el precandidato Phillip Butters es inaceptable.
No se trata de si el posible objeto de un ataque es de derecha o de izquierda. De lo que se trata es que la violencia resulta inaceptable, más aún en una democracia y donde prima el estado de derecho. Cuidado con que las expresiones agraviantes, insultos, ataques y groserías que hoy vemos por todos lados y que incluso son celebradas por muchos, pese a que tampoco deberían tener cabida, sean el combustible para que alguien cruce la línea y pase a la agresión física.